miércoles, agosto 31, 2005

Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo". Cuarta parte

Instantánea: Tornicheli de niño

(almorzando)

Fragmentos de la conversación entre Ticheli y Tornicheli en el bar angosto de techo bajo –

Tornicheli: “…los efectos son paradójicos, como en toda invención tecnológica. A ver; los celulares fueron inventados por el macho, o ejemplar masculino de la especie humana para conseguir hembras ¿Estamos de acuerdo?“
Ticheli: “Totalmente”.
Tornicheli: “Bien. El invento es exitoso, el macho con celular obtiene hembras. Eso está a la vista, no necesito argumentar mucho. Pero ahora vienen los efectos paradójicos y es que el invento se vuelve en contra de su creador. Hoy en día la mujer te pide celular, un hombre sin celular no consigue mujeres.”
Ticheli: “Yo, por ejemplo”
Tornicheli: “Exacto. La mina dice: ¿qué tiene este pibe? Y, una bicicleta, toca los tambores…”
Ticheli: “Un hippie mugriento”
Tornicheli: “Claro. Todo porque no tenés celular. Porque un celular te transformaría en un hippie cool, un pibe simpático que disfruta de la música y de su libertad.”
Ticheli: “Y no un hippie mugriento”
Tornicheli: Pero no es la bicicleta y los tambores lo que te hace un marginal, sino el no tener celular. Porque si tenés celular eso de andar en bici y tocar los tambores lo estás eligiendo vos.
Ticheli: Entiendo.
Tornicheli: Después viene el otro efecto paradojal que se da cuando uno, que sí tiene celular, consigue una chica. Entonces le enviás mensajes, te responde, hablás, arreglás citas, le escribís cosas lindas y se las mandás. Toda la relación se va configurando y va adquiriendo sentido alrededor de ese celular. Sobre él, de hecho. Y no parece, pero el asunto es sumamente frágil. Lo único que hay que hacer para terminar con esa relación es desatender al celular, correrlo del medio. No respondés los mensajes, no la llamás y todas las cosas que te unían a esa chica se quedan sin fundamento, se caen…
Ticheli: Que vendría a ser lo que vos hiciste con Eliana.
Tornicheli: Exacto. Pero ocurre que la hembra también puede hacer lo mismo con vos.

martes, agosto 30, 2005

Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo". Tercera parte

“Bochornoso lo suyo, Tornicheli”, se decía a sí mismo mientras abría la puerta de su casa. Sólo pensaba en bañarse y meterse en la cama. Y - si es que podía, claro - terminar de vomitar.
Pero no. No hoy Tornicheli. Otra vez su casa se volvía galera de mago. Las amiguitas de su hermana la inundaban y luego la rebalsaban, saliéndose por las ventanas, por las puertas de los cuartos y, cuando parecía que ya no cabían más cosas en ese sombrero, aparecían nuevas niñas de 13 años y algunas madres y otras viejas que no se sabía si eran madres o qué.
Entró saludando al pasar, evitando cualquier tipo de contacto, y fue directamente a buscar el celular para ver si le había llegado algún mensaje. Nada. Desde el jueves que no le respondía. Escribió él algo y lo envió.
No pudo evitar, sin embargo, antes de subir la escalera, la conversación con esa señora. Una no tan gorda que siempre lleva Sprite Light y es madre de la nena más peticita. ¿Cómo van tus cosas Nicolás? “Bien, bien”. ¿El trabajo?¿te gusta? “Sí, qué sé yo” ¿Por qué “qué sé yo”, te gusta o no? “Sí, si”. ¿Y el estudio?¿seguís estudiando, no? “No, ya no”. ¿Por qué? si es tan linda esa carrera. “Por ahora la tengo en espera, nomás”. Y cosas por el estilo.
Finalmente subió. Unas nenas en la escalera le dijeron algo pero él siguió caminando. Se bañó rápido y salió de su casa. Pensaba en Anita, y en Anita en Villa la Angostura no respondiéndole los mensajes. Sintió que algo ahí en el ánimo se rompía. Pero después pensó en ella diciendo que ella no jugaba, que cuando estaba con alguien era en serio; pensó en ella diciendo “enamorada” y decidió no prestarle atención.
Cuando dos horas más tarde volvió a su casa sólo quedaban algunas visitas. Esta vez sí logró sortear obstáculos y viejas conversadoras, subió a su cuarto y se acostó. Pero hace tiempo que no dormía bien. Nunca se acordaba con qué soñaba pero sabía que eran pesadillas. Se levantaba angustiado y agitado, le palpitaba el pecho, los músculos, como si cada noche saliera a perseguirlo un loco con un hacha y el corriera para escapar.
A eso de las diez y media, sin haber logrado en ningún momento realmente “quedarse dormido”, bajó a prepararse la cena. Estaba en eso cuando llamó Martínez:

- ¿Qué hacés? Vamos a ir a comer unas pizzas a lo de Ceci ¿venís?

Tornicheli levantó el celular de la cómoda al lado del teléfono fijo. Nada, ningún mensaje. Sintió que todavía tenía algunos gusarapos comiendo moscas en el estómago. Pero no era eso, sino otra cosa, ahí, en las ganas de encontrarse con otras personas. Algo así como indiferencia.

- No, no. Me voy a quedar en casa.

lunes, agosto 29, 2005

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Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo" - Segunda parte

Detalles del partido de fútbol –

Momentos previos: Tornicheli atándose los cordones percibe un inflador dentro de su cabeza. Infla, desinfla, infla más, desinfla y luego infla aún más. Siente que juegan con los extremos de presión que su cabeza es capaz de soportar. Se levanta, pierde considerablemente el sentido del equilibrio pero no se cae. Su cerebro es una masa espesa e inerte, volcándose a un costado, al otro, chocándose con las paredes del cráneo. Enclavado ahí dentro, maloliente, sólo se mueve por inercia.
Hacia su estómago la sensación se extiende como podredumbre y materia fermentada. Sapos obesos que croan gases y escupen, enormes moscas y troncos blandos y húmedos se amontonan allí. Unos sobre otros; todo es verde y marrón, o marrón verdoso.

Minuto 0:35´´: Tornicheli recibe la pelota, se da vuelta y la toca hacia atrás, al zaguero. Siente una puntada en la parte superior del parietal derecho, el ojo de ese lado se le entrecierra involuntariamente.

Minuto 0:37´´: le devuelven la pelota a un toque. Tornicheli la tira larga por el extremo derecho, ensaya un pase a un compañero y va a recibir la devolución.

Minuto 0:38´´: cortan el pase. Tornicheli gira para bajar a marcar; se le cierra completamente el ojo derecho y parte de la sustancia en descomposición que alojaba en el estómago amaga con subir.

Minuto 3:22: corre a cabecear un centro que llega bombeado desde la izquierda. No llega, el arquero rival la intercepta y tira el pase para iniciar un contraataque rápido. Tornicheli da media vuelta y pretende dar el segundo pique consecutivo, ahora hacia su arco. Su estómago se lo impide, la sustancia rancia y pútrida sube esta vez demasiado alto. Tiene que detenerse e irse al borde de la cancha.

Minuto 4:11: pierden uno a cero. Cernosky le pide a Tornicheli que empiece a correr. No responde, va a solicitarle al arquero un cambio de posiciones. Se le cierra el ojo derecho mientras habla.

Minuto 15:39: el puntero derecho del equipo rival patea desde 30 metros. La pelota le pasa por debajo del pie y entra al arco. Un rival se acerca y le dice “sos un dibujito”.

Entretiempo: Martínez le exige a Tornicheli que salga del arco. Acepta, aunque no del todo convencido.

Minuto 46:42: Martínez ensaya un pase largo por la banda izquierda. Tornicheli emprende el pique hasta el balón, pero no ve con el ojo derecho y se repite en una serie de arcadas que lo hacen detenerse e inclinarse de cara al suelo. Hay risas en el equipo contrario, gestos y exclamaciones de desaprobación en el propio. Tornicheli no escucha nada.

Minuto 52:02: corre hacia la banda derecha para recibir un pase Tornicheli; toma el balón y pretende avanzar unos metros. Los sapos fofos que estaban en su estómago se agolpan en la garganta y comienzan a salir, junto con el pantano, de a oleadas. Tornicheli se da cuenta que aún tiene la pelota, la patea para atrás y se corre al borde de la cancha, donde sigue vomitando.

domingo, agosto 28, 2005

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Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo" - Primera parte

“Crónica de la muerte y resurrección de un alma”.
o
“sobre cómo se hace un misántropo”


Eran cerca de las doce del mediodía. Tornicheli recostado en su cama la sentía como si le hubiesen echado azúcar: entre áspera y pegajosa. Él mismo estaba áspero y pegajoso. Igual no se movía; la abulia era aún mayor que la incomodidad. Sólo el sonar del teléfono logró zarandear lo suficiente sus inervaciones nerviosas como para sacarlo de su cama.

- ¿Si? – respondió.
- Nico, el Mili acá ¿Qué vas a hacer?¿no te prendés a un fobal?

Lo invitaban a jugar al fútbol. Claro, era sábado. Lo pensó unos segundos, la noche había sido violenta y terminó demasiado tarde. Hace unas horas apenas.
Ticheli había pasado por su casa temprano, a eso de las nueve, y apenas vio la bolsa que colgaba de las vigas del garaje se puso a golpearla a puños y patadas. Él, el de la descarnada e irrisoria figura tuvo que prepararle la comida, al muy simio. Fideos, para colmo, siendo el otro hijo de italianos.
“Hijo de italianos, como si fuese certeza de algo”, había pensado mientras cocinaba. Siempre le daba por pensar en ese asunto de la sangre a Tornicheli. La sangre, el alma, digo. Esa fuerza que mueve a las personas a tomarse 30 minutos para preparar la comida en vez de hacerse un sándwich, o a buscar otras personas para comer, o a escuchar música en vez de comer. Ese algo por encima de la indiferencia, en fin.
¿Amor? No estaba seguro. Pero pensó en Anita (hace rato que no recibía mensajes de ella) y sintió que tenía un poco menos de fuerza.
Quizás no fue exactamente en ese momento, pero el tema es que aquella noche, para cuando asomó la cabeza por la ventana para llamar a Ticheli a la mesa, Tornicheli ya había decidido aturdirse de alcohol hasta no escuchar nada, nada de su pensamiento. Ticheli caía golpeando con torso y pierna izquierda el suelo y se reía. Nunca hacía nada en serio, ni siquiera sus ejercicios.
Seres apagados Ticheli y Tornicheli, tristes y oscuros perdedores. En un bar de techo bajo, angosto y superpoblado de sillas tomaron una cantidad incierta de cervezas. Ticheli refirió alguna de esas tragicómicas anécdotas que componen su vida y Tornicheli replicó con los habituales señalamientos sobre insignificancias y más de esos relatos y comentarios absurdos suyos. Nunca habla en serio el Tornicheli éste. Aún cuando habla en serio no habla en serio. Pero a Ticheli le alcanzó para entender por qué andaba con el ánimo pinchado.
A eso de las cinco de la mañana Tornicheli, que había empezado a escuchar nuevamente su pensamiento, decidió tomar medidas más drásticas. Entraron a un boliche que quedaba a unas tres cuadras, compró un dudoso tequila, más cerveza, otro trago… En fin.
Volvió a su casa 9 de la mañana.

- ¿A qué hora se juega entonces, Mili?
- En una hora y media ¿Te paso a buscar?
- Dale.