martes, agosto 30, 2005

Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo". Tercera parte

“Bochornoso lo suyo, Tornicheli”, se decía a sí mismo mientras abría la puerta de su casa. Sólo pensaba en bañarse y meterse en la cama. Y - si es que podía, claro - terminar de vomitar.
Pero no. No hoy Tornicheli. Otra vez su casa se volvía galera de mago. Las amiguitas de su hermana la inundaban y luego la rebalsaban, saliéndose por las ventanas, por las puertas de los cuartos y, cuando parecía que ya no cabían más cosas en ese sombrero, aparecían nuevas niñas de 13 años y algunas madres y otras viejas que no se sabía si eran madres o qué.
Entró saludando al pasar, evitando cualquier tipo de contacto, y fue directamente a buscar el celular para ver si le había llegado algún mensaje. Nada. Desde el jueves que no le respondía. Escribió él algo y lo envió.
No pudo evitar, sin embargo, antes de subir la escalera, la conversación con esa señora. Una no tan gorda que siempre lleva Sprite Light y es madre de la nena más peticita. ¿Cómo van tus cosas Nicolás? “Bien, bien”. ¿El trabajo?¿te gusta? “Sí, qué sé yo” ¿Por qué “qué sé yo”, te gusta o no? “Sí, si”. ¿Y el estudio?¿seguís estudiando, no? “No, ya no”. ¿Por qué? si es tan linda esa carrera. “Por ahora la tengo en espera, nomás”. Y cosas por el estilo.
Finalmente subió. Unas nenas en la escalera le dijeron algo pero él siguió caminando. Se bañó rápido y salió de su casa. Pensaba en Anita, y en Anita en Villa la Angostura no respondiéndole los mensajes. Sintió que algo ahí en el ánimo se rompía. Pero después pensó en ella diciendo que ella no jugaba, que cuando estaba con alguien era en serio; pensó en ella diciendo “enamorada” y decidió no prestarle atención.
Cuando dos horas más tarde volvió a su casa sólo quedaban algunas visitas. Esta vez sí logró sortear obstáculos y viejas conversadoras, subió a su cuarto y se acostó. Pero hace tiempo que no dormía bien. Nunca se acordaba con qué soñaba pero sabía que eran pesadillas. Se levantaba angustiado y agitado, le palpitaba el pecho, los músculos, como si cada noche saliera a perseguirlo un loco con un hacha y el corriera para escapar.
A eso de las diez y media, sin haber logrado en ningún momento realmente “quedarse dormido”, bajó a prepararse la cena. Estaba en eso cuando llamó Martínez:

- ¿Qué hacés? Vamos a ir a comer unas pizzas a lo de Ceci ¿venís?

Tornicheli levantó el celular de la cómoda al lado del teléfono fijo. Nada, ningún mensaje. Sintió que todavía tenía algunos gusarapos comiendo moscas en el estómago. Pero no era eso, sino otra cosa, ahí, en las ganas de encontrarse con otras personas. Algo así como indiferencia.

- No, no. Me voy a quedar en casa.