domingo, agosto 28, 2005

Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo" - Primera parte

“Crónica de la muerte y resurrección de un alma”.
o
“sobre cómo se hace un misántropo”


Eran cerca de las doce del mediodía. Tornicheli recostado en su cama la sentía como si le hubiesen echado azúcar: entre áspera y pegajosa. Él mismo estaba áspero y pegajoso. Igual no se movía; la abulia era aún mayor que la incomodidad. Sólo el sonar del teléfono logró zarandear lo suficiente sus inervaciones nerviosas como para sacarlo de su cama.

- ¿Si? – respondió.
- Nico, el Mili acá ¿Qué vas a hacer?¿no te prendés a un fobal?

Lo invitaban a jugar al fútbol. Claro, era sábado. Lo pensó unos segundos, la noche había sido violenta y terminó demasiado tarde. Hace unas horas apenas.
Ticheli había pasado por su casa temprano, a eso de las nueve, y apenas vio la bolsa que colgaba de las vigas del garaje se puso a golpearla a puños y patadas. Él, el de la descarnada e irrisoria figura tuvo que prepararle la comida, al muy simio. Fideos, para colmo, siendo el otro hijo de italianos.
“Hijo de italianos, como si fuese certeza de algo”, había pensado mientras cocinaba. Siempre le daba por pensar en ese asunto de la sangre a Tornicheli. La sangre, el alma, digo. Esa fuerza que mueve a las personas a tomarse 30 minutos para preparar la comida en vez de hacerse un sándwich, o a buscar otras personas para comer, o a escuchar música en vez de comer. Ese algo por encima de la indiferencia, en fin.
¿Amor? No estaba seguro. Pero pensó en Anita (hace rato que no recibía mensajes de ella) y sintió que tenía un poco menos de fuerza.
Quizás no fue exactamente en ese momento, pero el tema es que aquella noche, para cuando asomó la cabeza por la ventana para llamar a Ticheli a la mesa, Tornicheli ya había decidido aturdirse de alcohol hasta no escuchar nada, nada de su pensamiento. Ticheli caía golpeando con torso y pierna izquierda el suelo y se reía. Nunca hacía nada en serio, ni siquiera sus ejercicios.
Seres apagados Ticheli y Tornicheli, tristes y oscuros perdedores. En un bar de techo bajo, angosto y superpoblado de sillas tomaron una cantidad incierta de cervezas. Ticheli refirió alguna de esas tragicómicas anécdotas que componen su vida y Tornicheli replicó con los habituales señalamientos sobre insignificancias y más de esos relatos y comentarios absurdos suyos. Nunca habla en serio el Tornicheli éste. Aún cuando habla en serio no habla en serio. Pero a Ticheli le alcanzó para entender por qué andaba con el ánimo pinchado.
A eso de las cinco de la mañana Tornicheli, que había empezado a escuchar nuevamente su pensamiento, decidió tomar medidas más drásticas. Entraron a un boliche que quedaba a unas tres cuadras, compró un dudoso tequila, más cerveza, otro trago… En fin.
Volvió a su casa 9 de la mañana.

- ¿A qué hora se juega entonces, Mili?
- En una hora y media ¿Te paso a buscar?
- Dale.