Capítulo tres: "A las minas les gusta que las traten mal"

Disneylandia. O mejor un cumpleaños infantil. Ahí, en medio de los niños y disfrazado de Pluto. Hasta que el desprecio visceral que - el supuesto sujeto – experimenta, desde que tiene memoria, hacia impúberes y enanos por igual exhumase en unos calores tales que, de obedecer, lo llevarían a quitarse la máscara y revolearla sacudiendo a golpes cuanto niño encuentre dentro del perímetro de influencia. Mientras más mejor.

Un poco eso. Otro, simple incomodidad. Pero realmente le molestaban este tipo de reuniones sociales. Lo aturdían, lo descolocaban. Uniformidad y convenciones, ritos que moderan preguntas y ubican luego la respuesta, imposturas. Esa mezcla de estupidez, absurdo e insinceridad en que deviene la obstinada sumisión del individuo a la masa oblonga, maleable y tiránica de la opinión ajena.
Los 30 minutos subsiguientes a su llegada lo hallaban siempre retirado. En una silla, balcón, sala aledaña, patio, alejado del resto de los convidados y ocupado exclusivamente de su copa de vino tinto o champagne.

Las gracias de alguna joven y atractiva señorita solían también, de cuando en cuando, llamar su atención.
Esta vez no era el caso.

- ¿Qué hace acá tan solo?

Aún en la oscuridad de ese cuarto, contiguo a la sala donde se encontraba el grueso de la gente, fue posible distinguir los surcos y huecos, como un fenómeno geológico irrumpiendo en el rostro de aquella muchacha. Su cara como una taza de leche con chocolate mal revuelto, o hecha de ese chocolate barato que nunca termina de disolverse.
Sí, probablemente había sido eso. La sacaron antes, todavía no estaba lista. Había que revolver un rato más.

¿Será sietemesina?, pensó.

- Sólo descansaba un poco del ruido.
- Ay, ¿tan solo?
- Disculpe, su nombre era...
- Beatriz. Nos acaba de presentar el ingeniero Afenatti ¿no se acuerda?
- Sí. Por supuesto que sí. Es la penumbra. Este cuarto está demasiado oscuro. Pero corra un poco la cabeza hacia la luz así puedo verla ¿sabe que es la chica más linda de la fiesta?
- Ay, por favor. Seguro que le dice eso a todas...
- ¿No me cree? Justo hace diez minutos conversábamos de eso con un señor… ¿cómo se llamaba? Sólía jugar al rugby de joven…
- No le creo nada…
- Seguro que no se imaginaba que, en sólo unos instantes, yo me la iba a robar.
- ¡Ay, qué cosas dice, Tornicheli!

Sí, probablemente lo era. Igual a Tornicheli lo aburrió el asunto. Se levantó y fue a servirse un poco más de vino dejando a Beatriz, sonrojada, detrás. Sobre la barra del bar tenía que ser. Justo al lado del ingeniero Afenatti, quien mantenía una discusión con una empleada judicial, un psicoanalista y un ex jugador de rugby.

- Venga Tornicheli. díganos usted que opina del asunto – le dijo.
- El tema es así… – comenzó el Señor psicoanalista.
- ¡Las minas prefieren los tipos que les mienten y las basurean a los tipos que las tratan bien..! – interrumpió dando un paso hacia el centro el Señor ex rugbier.
- ¡Qué dice! – replicó Beatriz, quien había seguido a Tornicheli - roja, nuevamente, pero no de rubor.
- Tampoco eso – intervino Afenatti - Pero vendría a ser que si le regalás flores, sos fiel, la tratás con respeto o – peor - con dulzura y vas todos los domingos a visitar a tus suegros lo más seguro es que, tarde o temprano, la muchacha te deje.
- Sí. ¡Y seguro se va con otro tipo que la trata para el orto! – intervino el Señor ex rugbier, bastante acalorado y enfatizando en “orto”.
- Vos sos un garca con tu mujer porque tenés ganas. Dejate de argumentos baratos – replicó la empleada judicial quien, al parecer, era su hermana.
- ¡Y vos qué te metés!¡quién te pidió opinión! – gritó el Señor ex rugbier, su camisa salmón visiblemente húmeda por el sudor.
- A ver – intervino el Señor psicoanalista. Yo lo que planteo es que la mujer occidental, al menos hasta el día de hoy, va a encontrar – y aquí juega su rol la generación a la que pertenece - dos formas básicas de relacionarse con los hombres.
- De las dos formas tenés que portarte mal – interrumpió el Señor ex rugbier.
- ¡Callate! Dejalo terminar – le respondió la empleada judicial.
- ¡Vos no me hacés callar! – dijo, esta vez gritando y escupiendo el Señor ex rugbier, tomando un tono salmón todo su cuerpo.
- Bueno – prosiguió el Señor psicoanalista. Uno se encuentra, por un lado - y recordemos que yo trabajo en el tema – con un tipo de mujeres que crecieron en un ambiente familiar de normas y funcionamiento más ortodoxo, por decirle de algún modo. La figura del hombre allí es la del padre autoridad, que grita, ordena, dispone. En casos extremos o poniéndonos amarillistas, el asunto llega, incluso, a la fuerza física. Esto puede presentarse o no, al igual que el tema de exteriorizar la afectividad, cuestión que es paradigmática de la madre, pero no excluyente…

(a ver, a ver… es negro el perro de Severiano. Un nombre, un nombre… Shwartzenegger podría llamarse, que significa “negro” “negro” según la Coca Griffoulier. ¿Cómo se llamaba el personaje de terminator?¿el pendejo? Jugaba a los videos, al mortal combat ¿Algo del mortal combat? ¿Ryu? ¿Sub Zero? No, no le va a gustar a Severiano. Además ahora es político Shwartzenegger ¿”Neoliberalista”? O ¿”Neoliberalismo”? Eso puede llegar a gustarle. Después a los hijos les puede poner Comunismo, Fascismo, Burocracia, Peronismo… ¿Y Perón? ¿qué tal? “venga Perón, coma su royal canin” “alcánceme las pantuflas Perón” “año 2000 Perón ¿qué pasó?¿unidos o sometidos?”. “Mercosur” podemos escribirle en la cucha...)

- Esas son las minas que se dejan pegar por el marido, no? – preguntó el Señor ex rugbier al Señor Psicoanalista.
- Puede ser, o no. El asunto es que, aún cuando pueda evidenciar grandes flaquezas, éstas no se cuestionan; este hombre es la autoridad. Y es el prototipo de relación heterosexual que la hija de la familia va a incorporar.
- Sí, ese se entiende ¿pero el segundo? – preguntó Afenatti.
- Mirá. El segundo es justamente lo contrario. El feminismo rebelándose contra esto. La mujer que confronta la figura masculina de autoridad. Será de una forma o la otra, pero el asunto es que – y aquí establezco mi tesis – la agresión domina siempre la situación. No el amor, como comúnmente se cree. La mujer va a someterse a ella o va a confrontarla. Va a buscar un hombre que la domine o alguien con quien reñir fuerzas. Un competidor. Pero lo del compañero amoroso es secundario.
- Ahí tenés – interrumpió el Señor ex rugbier.
- Cállese la boca. Usted no está de acuerdo con esto ¿no Tornicheli? – le preguntó Beatriz.

(¿Chiche Dualdhe? Aunque es macho. Claro que Chiche Soñora era hombre… ¡Comitas! Ahí está. Me acuerdo cuando hizo dos goles olímpicos en un partido ¡qué jugador! Después los hijos “Chino Tapia”, “Abramovich”, “Marangoni”, “Marquesini”…)

- No. O si… - respondió Tornicheli.
- A mí lo que me quedó – vociferó el Señor ex rugbier dirigiéndose a Tornicheli – es que, si querés que la mina se quede con vos, no podés ser buen tipo o portarte como un caballero porque te toman por gil ¿cierto?
- Ponele – respondió Tornicheli.
- Lo fundamental pasa por cómo aprende a lidiar con la agresión la muchacha en cuestión – explicó el Señor psicoanalista. En qué lugar se ubica ella en relación a ésta es lo que la va a llevar, en definitiva, al tipo de vínculos que va a perseguir.
- Claro – contestó Afenatti. Pero está diciendo que hay más posibilidades de conquistar y retener a una mujer manteniendo, o al menos intercalando actitudes hostiles en la relación. Y que, de hecho, éstas son hasta más importantes que las expresiones de amor.
- Más o menos.
- ¿Usted qué opina Tornicheli? – interrogó Afenatti.
- No sé. Qué me calienta.

Y se fue.