lunes, septiembre 05, 2005

Capítulo I: "Sobre cómo se hace un misántropo". Octava parte

Lo primero que vio Tornicheli el martes al mediodía al regresar a su casa todo manchado con grasa y tizne, fue una botella de Sprite Light sobre la mesa y a la señora no tan gorda detrás.

- ¿De dónde venís así?
- Del trabajo.
- ¿Del trabajo? ¿Así de sucio? ¿Qué trabajo?
- Soy deshollinador ¿no sabías?
- ¿Deshollinador?
- Claro. Es un oficio honrado y necesario. Y, si no se le diera tanta importancia a todo este asunto de la imagen, sería mucho más valorado. La limpieza, para nosotros, va por dentro. Más deshollinadores y menos abogados. Eso es lo que necesita el mundo.

Tornicheli siguió de largo, sin importarle el hecho de que la señora aún no había terminado con sus preguntas. Por supuesto que no iba a contar nada.
[El asunto es el siguiente: 10 de la mañana, después de varias excusas y vueltas sobre el asunto, es citado por su jefe para cobrar lo que se le adeudaba por la venta de una mesa de roble, una lámpara y un juego de sillas barrocas. En lugar del dinero esperado, Tornicheli es servido de una serie de excusas a las que ni siquiera termina de prestar atención. Sin ánimos de replicar sale del lugar, pero antes de haber caminado una cuadra se encuentra con dos ex compañeros de trabajo que le aconsejan que renuncie. “Es un ladrón, no te paga nunca”, le dicen. Espinosa labor ésta de vender mobiliario. Tornicheli se ve arrancado de su abulia e indiferencia por una ira que lo desborda. Vuelve atropellando todo lo que se cruza hasta el mostrador del negocio. Ahí reclama, enérgico, volver a hablar con su jefe, pero sólo encuentra evasivas de respuesta. La ofuscación crece en proporciones y Tornicheli pierde el control de vista, tacto, órganos cenestésicos y, finalmente, la situación. Haciendo demasiado escándalo y llamando mucho la atención, agarra la caja registradora, manotea un montón de billetes, la levanta y la tira al piso mientras resuenan sus insultos en todo el negocio. Antes que alcance a darse vuelta ve salir a su jefe y dos tipos más. Todos son más grandes y más fuertes que él, pero Tornicheli corre y logra salir. Luego intenta subirse a un colectivo en movimiento (lo persiguen con un hacha), se cae, gira y cruza corriendo la avenida, milagrosamente sin que lo pisen. En fin, se escapa.]

¿Por qué esa señora, ahí, ese día, en el momento en que él entraba a la casa, tomando esa Sprite Light? se preguntó mientras subía a su cuarto. Entonces pensó en el tiempo como una gran explosión y en los acontecimientos que volaban por los aires y podían – por azar o simple arbitrio – caer enfrente de sus narices. En su vida, digamos. Y eso lo pensó ahí, justo desde ese algo dentro suyo que creía en una razón, un sentido detrás de los eventos y las cosas. La sangre, el alma, digo.
Entonces ya no tuvo más fuerzas. Se tiró en la cama y se durmió. Durmió mucho, como si lo que hubiese necesitado era no tener motivo para levantarse. (Sólo algo distinto que la indiferencia - pensaba). Nunca se acuerda de lo que sueña Tornicheli, pero ese día no se despertó angustiado ni agitado. Los científicos están confundidos ¿de qué maneras puede rebelarse un hombre? ¿hasta dónde puede llevar esa revolución? ¿Y el sujeto que lo perseguía con un hacha? ¿y su alma?

Cuando se levantó, Tornicheli estaba enojado. Un nuevo héroe había nacido.